Hace pocos días Bruno Murciano tomó el avión en el aeropuerto de Heathrow con destino a Valencia, en esta ocasión para representar a la empresa Bibendum Wines Ltd., donde trabaja como sumiller, en el jurado del Concours Mondial de Bruxelles, que este año se ha celebrado en la capital del Turia, dentro del peregrinaje internacional que inició este concurso hace cuatro años.
Uno de los días de la celebración del concurso, al finalizar las degustaciones, Bruno pidió permiso a la organización para poder visitar a su familia y nos invitó al gastrónomo portugués Fernando Melo, al sumiller valenciano Juan Sanchis y a mí, para compartir mesa y mantel con sus padres y hermanos en su casa. Antes de llegar al pequeño restaurante que la familia Murciano tiene en Caudete de las Fuentes, casi fronterizo con Castilla-La Mancha, Bruno nos llevó a unos viñedos que se encuentran en las cotas más altas del epicentro y corazón vitivinícola de la DO Utiel-Requena, a unos 800-850 metros sobre el nivel del mar, que se caracterizan por esa tierra rojiza, a a la que Bruno llama, a la australiana, 'terra rossa', en la que afortunadamente todavía hay cepas, algunas muy viejas, de bobal, casta autóctona, histórica y tradicionalmente plantada en vaso y por la que este sumiller valenciano afincado en Londres profesa verdadera devoción.
Digo que afortunadamente todavía hay cepas de bobal porque Bruno Murciano se lamenta de que se estén sustituyendo por otras castas foráneas y plantando en espaldera, cambiando y modificando un legado histórico, patrimonio paisajístico maravilloso. A Bruno, que conoce bien el vino y ha probado muchos, procedentes de todas las partes del planeta, no le hace falta ir a otro sitio que a su tierra para encontrar una variedad con el potencial de las más nobles. Le llamarían loco si comparase vinos de bobal a grandes vinos o castas nobles, pero se ha empeñado tan a fondo en demostrar su cordura que algunos de los más reconocidos catadores a nivel internacional empiezan a conocer y a destacar este potencial de envejecimiento y evolución de la bobal.
Ya en el restaurante de los Murciano, El Cris, que cumple su 20 aniversario, empezó la comida, protagonizada por unos caracoles de monte, unos callos melosos, unos gazpachos manchegos con boletus y un dúo de torrijas (las clásicas y las del sumiller, en honor a Bruno y a la esencia de bobal) que Cristina, la madre de Bruno se encargó de preparar, no sin la ayuda de su hermano José, a quien se le da bien esto de la cocina. De los vinos, como no podía ser de otro modo, se ocupaba el sumiller. Hubo varios de alto nivel de distinto tipo y procedencia, pero Bruno en su empeño en probar y confirmar su tesis sobre la evolución de la bobal nos había preparado a Juan Sanchis, Fernando Melo y a mí una pequeña prueba.
Nos sirvió a ciegas, previa decantación, un vino tinto que presentaba un rojo carmín, de capa ligera y que mantenía un ribete teja vivo sin pasar todavía a marrones o anaranjados. En nariz predominaban los aromas de terruño, trufa negra y boletus, realzados por un toque de pequeñas bayas rojas del bosque maceradas al alcohol y un sutil recuerdo a su paso en madera. Ya en boca, entrando seco, fresco, sutil y muy fino, era amplio, con alta acidez y un tanino redondo pero largo y persistente, de cuerpo ligero y una mineralidad terrosa que se hacia cada vez mas palpable, de grado alcohólico medio y terminando con un retrogusto a trufa negra y boletus de gran intensidad. "El terruño se puede comer…", me aventuré a decir, cosa con la que Fernando y Juan estaban totalmente de acuerdo, y una sonrisa traviesa aparecía en el semblante de Bruno. Nuestra conclusión común fue que estábamos disfrutando de un vino con unos diez o doce años al que todavía le quedaba potencial para envejecer y mantener el tipo.
A continuación, y como si todo hubiera quedado aquí, nos sirvió también decantado al instante otro tinto que presentaba parecidas características que el anterior, aunque evidenciaba mayor juventud. El crítico luso se apresuró a decir que se trataba del mismo vino pero cuatro o cinco años más joven, cosa que me convenció dada la similitud de ambos respecto a presencia, color, aromas, gran mineralidad en nariz, altísima acidez en boca, ligero peso en fruta, taninos presentes pero en longitud, integración de la madera y el alcohol, retrogusto… Finalmente sí que era más joven, aunque no era el mismo vino.
Bruno nos había estado observando y escuchando con tal atención que pareció no haber pestañeado en absoluto, y su cara mostraba una gran satisfacción y acuerdo con respecto a nuestras apreciaciones. "Catáis de maravilla", dijo Bruno. "Tal vez como yo habría hecho y esto me demuestra que ahora puedo sacar a la luz lo que durante tanto tiempo no sabia a quien y como demostrar sin que me pudiesen tratar de incoherente". El primer vino resultó ser un bobal de 1989…..uno de los primeros vinos que Bruno empezó a guardar a finales de las 90, vaya sorpresa y descubrimiento. El segundo, un Borgoña, un Bonnes-Mares Grand Cru 1993, que Bruno trajo de Francia cuando estudiaba en Toulouse en 2001.
La identificación de una región vitivinícola con un grupo de castas o con solo una de ellas, corresponde a una de las características más típicas de la vitivinicultura mundial desarrollada. La tendencia de los consumidores se inclina hacia los vinos elaborados con variedades autóctonas, castas que dan identidad al territorio y autenticidad a sus vinos. El sumiller es el profesional que recibe un mensaje del productor para transmitirlo al consumidor. Con su bagaje y experiencia Bruno Murciano se suma a las voces de los más prestigiosos expertos que aconsejan que se apueste por las variedades autóctonas. Y en el caso de su tierra (la DO Utiel-Requena), no duda, ni lo ha dudado nunca, que el camino a seguir se llama bobal.